Experiencia personal · Restaurantes

Cuando comer se vuelve una pesadilla: mi horrible experiencia en la Tapería de Columela (Cádiz)

Es estupendo cuando usamos las redes sociales para contar experiencias positivas y agradables, poder decir que el buen trato y el cariño en restaurantes u hoteles nos hicieron volvernos a casa con una sonrisa. Sin embargo, aunque me llene de rabia, también considero necesario transmitir las experiencias negativas, con el fin de evitar a otro celíaco el mal trago. Hoy os cuento cómo fue la peor experiencia que he vivido en un restaurante desde que soy celíaca. Esto tuvo lugar en La Tapería de Columela (Cádiz)

Decidí ir a probar el restaurante en cuestión por las múltiples opiniones positivas que había leído en Tripadvisor respecto a la adaptación de platos para celíacos. Es por esto que cuando fui por primera vez (febrero de 2017), esperaba una actitud más abierta y comprensiva. Si bien me ofrecieron cerveza y pan sin gluten calentito, con aceite aparte para mojar (un detallazo), pedir fue muy difícil. Le tuve que preguntar al camarero mil veces qué era exactamente lo que podía pedir porque según la carta solo podían ser unas tres tapas y quería saber si podía ser algo más. El camarero se limitaba a decir: «lo que ponga ahí es lo que es». Le pregunté expresamente si había posibilidad de adaptar algunos platos que me daba la sensación de que podía ser fácil adaptarlos, pero me dijo que no se podía. Nos decidimos al final por un tartar y una ensaladilla. Después de un buen rato para intentar decidir entre mucha confusión nos dijo que también podíamos pedir montaditos, porque tenían pan sin gluten y lo podían adaptar. Hasta ese momento no me lo había comentado pese a mi insistencia en decirme lo que se podía adaptar. Pedimos esas dos tapas frías, una tapa de queso payoyo y los montaditos al final. Comimos bien, estaba muy bueno y de precio genial pero… La verdad es que pasé un mal rato a la hora de pedir, no me pusieron muchas facilidades.

Repetí varias veces porque, sabiendo exactamente las tapas que podía tomar la cosa era mucho más sencilla. Seguí repitiendo incluso el día en el que una cucaracha se paseó por mi plato en la barra y ni siquiera nos descontaron el plato de la cuenta. Sin embargo, lo que os voy a contar ahora fue lo que hizo que se me quitaran las ganas de ir para siempre. Esto ocurrió el verano pasado. Nos sentamos en la barra, justo delante del horno del pan. Ahí vi como el camarero cortaba el pan con gluten, lo preparaba, lo metía en el horno… Cuando yo pedí mi pan sin gluten, observé con horror cómo, con esas mismas manos de tocar el pan normal, el camarero colocaba el pan sin gluten en un horno donde al mismo tiempo se estaba cocinando el pan con gluten. Con sudor frío y agobiada, le comenté que ese pan ya no lo podía consumir porque estaba contaminado, que tenía muchas posibilidades de ponerme mala. ¿Su respuesta? “A ver hija, yo soy alérgico al polen y no voy al campo”. Me gustaría decir que me levanté y me fui, pero me hizo sentir tan mal que me quedé en shock, no era capaz de emitir palabra. Con un mal cuerpo tremendo y con las lágrimas en los ojos prácticamente, me limité a comer lo que me trajeron pero realmente nunca olvidaré la vergüenza y la impotencia que me hizo pasar ese señor de la barra. Quiero aclarar que en esta tapería la comida está muy buena y es bastante barato, de hecho, al pasar por el local siempre se puede ver una gran cantidad de gente esperando para entrar. Además, puedo afirmar que no todo el personal tiene el «malaje» del señor de la barra. Sin embargo, creo que no solo la contaminación que pude apreciar sino el trato que recibí de esa persona concretamente son razones suficientes para desaconsejar este lugar encarecidamente.

Lo que más me dolió del comentario del señor fue la insinuación de que por ser celíaca no debería salir nunca más salir a comer a la calle, que no podía ser tan exigente. ¿Cómo se puede tener tan poca sensibilidad hacia una persona que sufre una enfermedad que le pone tantas barreras? Por personas como ese hombre se le quita a una la fe en la humanidad. Sin embargo, estoy convencida de que aunque existan personas que no se toman en serio las condiciones médicas de los demás únicamente porque no las sufren de cerca, no deberíamos tener miedo y encerrarnos en nuestra casa para siempre para evitar malas experiencias. Es cierto que comer fuera es un riesgo, pero también es verdad que ahí fuera hay muchísimas personas que, por lo contrario, se dedican en cuerpo y alma a hacernos la vida más fácil. Es por eso que pese al mal recuerdo que tengo de este lugar del que veo necesario escribir, también puedo contar mil experiencias más en lugares donde me han mimado mucho y me he sentido comprendida y apoyada.

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